Ya eran las 12:30 de la madrugada, mientras Oscar
caminaba algo ebrio de vuelta a casa, luego de pasar un buen rato con sus
amigos. A esta hora las calles estaban solas y bien oscuras. Respirando con
alteración y eructando de vez en cuando, decidió recortar camino por un
callejón zona roja de la urbanización. Guiñando los ojos, pudo ver cómo las
sombras del fondo se transfiguraban en dos
malandros que venían a su encuentro.
-Epa, papá, ¿tienes algodón con yodo porái?
Y en menos de lo que canta un gallo y sin esperar
respuesta, el otro le propinó un golpe durísimo en el estómago, derribando a
Oscar, quien, con la mano en la barriga, se levantó inmediatamente como pudo y ripostó:
-Pero mi pana, ¿qué fue? –dijo con la cara
arrugada.
-Esto y lo que viene, mi don, te lo manda Clarita.
-¿Clarita? –preguntó Oscar, entre sorpresa y
descarte etílico- ¡Pero si Clarita me quiere! Yo no creo que ella los haya
mandado a joderme, ¡qué va! Ustedes están pelados...
Oscar no dejaba de bambolearse entre el trago y el
golpe, cuando de pronto sintió un punzón entrar en su costado.
-¿Y ahora, mi pana? ¿Qué fue?
-Clarita te manda a decir que esto es por todo lo
que le hiciste, y que espera que disfrutes de este puyón como ella disfrutó tu
traición.
Inclinado y a punto de caer; con la mano tapando
el agujero que le acababan de hacer, Oscar se esforzaba por aclarar:
-Chamos, creo que están delirando, pana. No hay
nadie que haya querido y respetado más a Clarita que yo. Así que esto tiene que
ser una equivocación, una jodienda simpática de ustedes-decía Oscar con cierta
sonrisa ingenua en medio de su dolor.
De pronto Oscar miró a los malandros que
retrocedieron dos pasos, sacaron sus pistolas y le apuntaron, diciendo:
-Bueno, Dóctor, tenemos que irnos pal bonche… aquí
le dejamos en nombre de Clarita, quien, entre carcajadas, predecía tu muerte, ja
ja ja… ¡toma, Gualberto! –y abrieron fuego.
Cayendo mal herido, Oscar guiñó sus ojos por
última vez, mientras gritaba:
-¿”Gualberto”? ¿Cómo que “Gualberto”, coño? ¡Yo me
llamo Oscar!
Al escuchar al ahora occiso, los dos malechores se
acercaron al cuerpo, y boquiabiertos, se miraron y dijeron:
-La cagamos, Toribio…
-¿”Toribio”?
-Sí, chico, cualquier vaina.
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