martes, 24 de julio de 2012

La cagamos, Toribio


Ya eran las 12:30 de la madrugada, mientras Oscar caminaba algo ebrio de vuelta a casa, luego de pasar un buen rato con sus amigos. A esta hora las calles estaban solas y bien oscuras. Respirando con alteración y eructando de vez en cuando, decidió recortar camino por un callejón zona roja de la urbanización. Guiñando los ojos, pudo ver cómo las sombras del fondo  se transfiguraban en dos malandros que venían a su encuentro.
-Epa, papá, ¿tienes algodón con yodo porái?
Y en menos de lo que canta un gallo y sin esperar respuesta, el otro le propinó un golpe durísimo en el estómago, derribando a Oscar, quien, con la mano en la barriga, se levantó inmediatamente como pudo y ripostó:
-Pero mi pana, ¿qué fue? –dijo con la cara arrugada.
-Esto y lo que viene, mi don, te lo manda Clarita.
-¿Clarita? –preguntó Oscar, entre sorpresa y descarte etílico- ¡Pero si Clarita me quiere! Yo no creo que ella los haya mandado a joderme, ¡qué va! Ustedes están pelados...
Oscar no dejaba de bambolearse entre el trago y el golpe, cuando de pronto sintió un punzón entrar en su costado.
-¿Y ahora, mi pana? ¿Qué fue?
-Clarita te manda a decir que esto es por todo lo que le hiciste, y que espera que disfrutes de este puyón como ella disfrutó tu traición.
Inclinado y a punto de caer; con la mano tapando el agujero que le acababan de hacer, Oscar se esforzaba por aclarar:
-Chamos, creo que están delirando, pana. No hay nadie que haya querido y respetado más a Clarita que yo. Así que esto tiene que ser una equivocación, una jodienda simpática de ustedes-decía Oscar con cierta sonrisa ingenua en medio de su dolor.
De pronto Oscar miró a los malandros que retrocedieron dos pasos, sacaron sus pistolas y le apuntaron, diciendo:
-Bueno, Dóctor, tenemos que irnos pal bonche… aquí le dejamos en nombre de Clarita, quien, entre carcajadas, predecía tu muerte, ja ja ja… ¡toma, Gualberto! –y abrieron fuego.
Cayendo mal herido, Oscar guiñó sus ojos por última vez, mientras gritaba:
-¿”Gualberto”? ¿Cómo que “Gualberto”, coño? ¡Yo me llamo Oscar!
Al escuchar al ahora occiso, los dos malechores se acercaron al cuerpo, y boquiabiertos, se miraron y dijeron:
-La cagamos, Toribio…
-¿”Toribio”?
-Sí, chico, cualquier vaina.

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