viernes, 8 de mayo de 2015

Oscar y Jaime


Oscar es ahora el presidente de una importante planta ensambladora de automóviles del país. Todos los logros personales y profesionales de Oscar pueden ojearse en cualquier momento. Su empresa, su familia, todo lo que lo rodea tiene ese sello distintivo del hombre que creció entre sueños y metas logradas.

Hace poco fuimos a conversar con su madre, quien nos confió:

­-Oscar siempre fue un muchacho inteligente, analítico… curioso él. Cuando su papá le traía los juguetes, los observaba por un rato y veía por dónde estaban las uniones, los tornillos, las palancas, y lograba desarmarlos con tal habilidad, con esa meticulosidad que nosotros, en ese momento, no entendíamos. Por supuesto, una vez desarmado el juguete, Oscarcito no sabía cómo armarlo de nuevo y se echaba a llorar. Era un niño muy lindo, muy gracioso.

Jaime no. Jaime creció en una familia con problemas que no podían ocultar. Entre los gritos y las indiferencias, no hacía más que ver por la ventana y cantaba una extraña canción mientras pasaba el rato. No aprendió a valorar nada nunca. Ahora, Jaime acaba de ser enviado de nuevo a la cárcel.

Hace poco fuimos a conversar con su madre, quien nos confió:

-Yo lo quería mucho, pero ese muchacho del carajo siempre fue un problema. Uno le daba comida, no quería comer; uno lo mandaba a estudiar y se desaparecía hasta tarde; uno le daba un juguete, y después de mirarlo como si fuese un desquiciado, lo tasajeaba por un lado y por el otro hasta que encontraba una rendija y lo partía en dos. Después de un ratico, el carajito ese ya había vuelto nada el carrito y como el propio loco, se ponía a llorar y llorar. Había que meterle su tatequieto para que se callara.

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