El futuro empleado atendía a una
variedad de ejecutivos sentados en la sala de su casa, mientras su
dulce madre les ofrecía café y galletas. Cada uno de los
personajes, entre 45 y 57 años esta vez, se miraban entre si y se
frotaban las manos como nerviosos por lo que habría de venir en un
rato.
Alberto, el joven que recién había
renunciado y regresado de sus vacaciones para trabajar de nuevo,
esperaba sentado en el sofá del estudio a que pasara cada uno de sus
potenciales empleadores. Recién bañado y entalcado, se peinaba las
cejas: total, uno de ellos sería su jefe en pocas horas.
–¡Mamaaaá, pasa al primero, por
favor! – gritaba Alberto.
–Beto, no grites. Compórtate – le
dijo Laura, con mirada pícara.
Después de unos segundos, la adorable
señora hacía pasar a un hombre alto, calvo, catire, que se sacudía
los restos de galleta de sus manos. Después de sentarse en la silla
rígida que Alberto le señaló.
Alberto, abriendo una carpeta de grueso
contenido, mirando de lado a lado como buscando sin encontrar,
frunció el ceño y preguntó:
– Ud. es el señor…
– Esculapio, muchacho; Esculapio
Schnitzer, de Plástico Jones, C.I.C.P.C.
Alberto, con un estilo muy vanguardista
en eso de las entrevistas, se inclino hacia adelante y asestó:
– Esculapio, vamos al grano: Necesito
trabajar en un buen sitio, que mantenga la estabilidad que he
disfrutado hasta ahora–mientras señalaba el entorno–. Acabo de
salir de una empresa que no valoró mi esfuerzo y mi dedicación, y
ahora estoy en este molesto trámite de entrevistas. ¿Qué me puedes
decir, Esculapio?
El señor Schnitzer, ya con gotitas de
sudor en la frente y en el nié (el huequito entre la nariz y la
boca), meneando el pié izquierdo y entrelazando los dedos, comenzó:
– Alberto, mira, yo tengo treinta y
cinco años de experiencia supervisoria en esta empresa, y estoy
seguro de que la nuestra será una buena relación laboral, cuidando,
como dices, tu estabilidad y valoraremos tus esfuerzos y capacidades;
no tengas duda de eso.
Alberto, descruzaba las piernas, y
tomando una aspiración con expresión dubitativa, le preguntó a
Esculapio:
–Mira, Schnitzer, ya yo he pasado por
este tipo de cosas antes, por eso te agradezco que dejes de una vez
esa retórica barata y me digas con qué problemas me encontraré en
tu organización.
Esculapio, primero atónito por
semejante solicitud, asentó los pies en el piso y respondió después
de botar algo de aire:
–Está bien. Si eso es lo que
quieres… mira, Alberto… ¿te puedo llamar Beto?
–No.
–Ok, Alberto, yo reconozco que a
pesar del esfuerzo que hemos hecho en la junta directiva para
motorizar la eficiencia en los niveles operativos, esto no ha dado
los frutos que hemos esperado. Es así, como podrías encontrarte con
falta de compromiso, de amor por el trabajo. Es sólo una
posibilidad, Beto…
–Alberto.
– Si, Alberto, que no tengas los
compañeros y supervisores que soñaste.
Esculapio, levantándose de la silla y
acomodándose la falda del traje, y con cierta solemnidad, pronunció
sus últimas palabras:
– Alberto (como buscando aprobación),
te aseguro que podrás conseguir lo que buscas en nuestra
corporación. Te prometo que haremos lo posible por corregir nuestras
fallas, hasta hacerlas desaparecer. Nuestro objetivo es el bienestar
para todos nuestros empleados, y claro, si queda, para nosotros, la
Junta.
Alberto, todavía sentado, y mirando al
espigado y enfluzao personaje, se levantó; y sin quitarle la mirada
de los ojos, extendió la mano y dijo:
–Eso espero, Esculapio… Eso espero.
Te estaré llamando.
Esculapio, casi haciendo una reverencia,
caminaba hacia la puerta y luego desaparecía.
Alberto, haciendo una mueca de “qué
vaina con esta gente”, se sentaba de nuevo y abría su laptop.
–¡Mamaaaaá! ¡Ven acá!
Laura entró de nuevo en el estudio,
casi de puntillas y mandando a callar a su hijo:
– Pero Beto, ¿cuántas veces te voy
a decir que dejes la gritadera? ¿Qué pasó?
– Mami, dile a los viejos esos que
vengan después. Voy a revisar el Face.
–Sí, precioso–dijo, propinando un
beso en la frente, y saliendo del estudio.
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