sábado, 1 de septiembre de 2012

Carta a Ramón, mi ejecutivo favorito



Buenos días, Ramón. Mucho gusto, de verdad... no sabes cuánto.

Ramón, la verdad es que necesitaba escribirte porque he estado viendo cosas bastante extrañas en tu comportamiento. Yo sé, por supuesto, que tú sabes cuál es cada una de ellas, pero me interesaban más las que tienen que ver con la gente que te rodea. He notado, desde mi nube gris, Ramón, que estás haciendo presiones más allá de lo permitido. Y déjame decirte: a mí también me gusta asomarle el sustico de vez en cuando a unos cuantos; y fíjate que ha dado buen resultado: No lo vuelven a hacer más.

Yo entiendo que ese bicho que tenemos en la cabeza y que nos empuja a imponernos, a obligar al resto a admitir que somos superiores, nos produce tal placer, tal logro, que quiero practicarlo contigo. Es de todos los libros y cuentos sabido que existen algunos complejos, algunas soledades, algunas faltas de correspondencia que coño, vale, nos hacen actuar de una manera, por decirlo elegante, excéntrica. También se podría inferir, Ramón, que tu conducta de presión indebida es consecuencia de maltratos recibidos -y causa de otros por recibir, Ramón-. Pero eso es otro tema.

Es interesante, sin embargo, el tipo de presión que usas tú, que como niño acomodado tiene para con el resto. Imagino que no duermes pensando qué harás mañana, cómo lo harás; de cómo imaginas el efecto de lo que harás en tu derredor. Pero como lo habrás vivido, Ramón, no todo sale como quieres. Hay cosas que se te escapan porque no eres bueno en lo que haces, y estás lejos de serlo; siempre dejas huecos observables, que te dejan en evidencia. Deberías avergonzarte de las lágrimas ajenas, Ramón, de los malestares ajenos, sobre todo si son causados por ti... Ramón.

Sólo quería dejarte el mensaje de que ambos compartimos ese gusto por el poder, pero en mi caso no es tan elegante y pueden surgir algunas cosas que se salgan de control, así como se te han salido a ti. Por eso, Ramón, te prevengo. Quiero ser tu mejor mentor en estos momentos en eso de ser superior a los demás, y decirte que si no lo vas a hacer bien, mejor no lo hagas: quedas mucho en ridículo y hasta podrías ser blanco de chistes, quedando el sumo funcionario como el hazmerreír de sus súbditos malogrados.

Te dejo por un rato, Ramón. Te seguiré observando, pero esta vez si te estaré notificando mis observaciones, y ¿quién quita?, nos podamos conocer pronto para conversar con todo el placer que la ocasión amerita.

Saludos, Ramón.

Alguien que, por razones obvias, no te puede admirar.

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