jueves, 2 de mayo de 2019

La gotera


Unos minutos después de comenzar la lluvia, se pudo ver claramente: había una gotera que caía en medio de la sala. Inmediatamente, los cinco hijos de la doña, profesionales entusiastas todos, comenzaron a vislumbrar la posible solución al inconveniente. No dejaba de llover. No dejaba de caer. Desde el de menor edad al de mayor, cada hermano opinó y hasta con croquis para justificar tantos años de universidad. Después de ningunear a los viejos —sus padres—, les dijeron que se quedaran tranquilos, que ellos se encargarían. Pasaron las horas de algunos días y los muchachos, entusiastas por el no tan nuevo reto y con los pies ya en un pozo, zigzagueaban entre la física, la química y la matemática; entre la evaporación y los vasos comunicantes, entre ventiladores y aspersión; pero las pruebas arrojaban cada vez el mismo resultado. Los padres advertían que el agua estaba subiendo su nivel, pero entre disertaciones, discusiones y hasta peleas de pelo mojado, los vástagos los volvían a apartar de la “zona cero”. Decidieron los doctores buscar ayuda afuera, pero no se consiguió el aporte esperado. Ya la sala parecía un campo de batalla perdida, y entre una y otra exclamación, el padre, fastidiado de tanto empecinamiento, subió al techo y aplicó un parcho de asfalto con su dedo sobre el agujero, tapando así la gotera al instante. Bajó, recogió su bastón y se volvió a sentar con su vieja en el sofá. Después de mirar fijamente al techo por unos segundos, los “muchachos” no solamente no reconocieron la efectividad de la intervención de Venancio, si no que fue criticado despiadadamente por “la falta de metodologías en los procedimientos técnicos utilizados”. Mequetrefes insalubres.

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