Cuentos cortos de Leonardo Rothe C. Para textos breves, diríjase al blog elfaculto.blogspot.com. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com" (for english version, see www.elfacultos.blogspot.com)
viernes, 18 de agosto de 2017
¿Corrupta esa máquina? Nah...
Me
acerqué sin que se diera cuenta. Daba pasos silenciosos para que no se
asustara. Una vez al lado de ella, me recosté suavemente, como saludando
afablemente, casi acariciándola. Le pregunté cómo estaba, cómo seguía su salud
y su familia, pero no se mostró amable. Seguía incólume en su posición,
extendiendo la ranura para que insertara el billete exacto para proveerme del
producto que ofrecía, entre botones luces y procedimientos. Le dije que me faltaban
unas monedas para alcanzar la cifra necesaria y estaba confiado en que podía
manipular a la máquina con mis métodos persuasivos, y claro, con mis encantos. Pero
la cosa resultó cuesta arriba. Le ofrecí lo que traía, confesándole mis penas
del alma para que se ablandase y soltara el sobrecito; le mostré el contenido
de mis bolsillos para que viera cómo me traía la vida, pero tampoco hubo
efecto. Aunque no emitía palabra, sentía que me miraba, que me criticaba, y
justo en ese momento, un muchacho de gorra y que masticaba chicle se me
adelantó, la accionó según las instrucciones y la muy… le despachó lo que
quería. Quedé solo con ella de nuevo y no sabía ya qué hacer. Era una especie
de desesperación in crescendo la que se apoderaba de mí, mientras pensaba algún
tipo de oferta rara, de soborno, de extorsión aplicable al mecanismo; pero
resultó que después de dos horas de intentos infructuosos, de picadas de ojos,
de historias tristes y algunas groserías entre dientes, el artefacto no quiso
darme lo que quería… no quiso (¿lo pueden creer?). Tres ruegos, dos insultos y
una patada no sirvieron. La verdad es que creí que el hombre había hecho a la
máquina a su imagen y semejanza, con su inteligencia y multiplicidad de maneras,
pero también con sus engaños, trucos y demás vicios conocidos. No fue así —no esta
vez—. Tardé un rato esa noche y otro rato en la madrugada para entender que esa
máquina no era flexible, que no era corrupta, como tendemos a serlo nosotros en
ocasiones en las que se presenta la oportunidad. A pesar de mi brutalidad casi
insuperable, supe que una norma sin control no sirve para nada; que lo normal
podría ser, digo yo, que actuásemos con la ingenuidad del bien, con la ausencia
de lo peligrosos que somos cuando tenemos miedo.
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