jueves, 28 de noviembre de 2019

No, no acepto



Despertóse el hombre de las cavernas ese 2 de abril, en el que todo le pareció mal. Miró al mamut que pasó a una distancia segura y pensó que si ese elefante fuera más pequeño, sería más fácil matarlo… aunque tocaría menos comida para cada uno. Luego de volar por su imaginación por unos instantes, se lamentó durante un rato. Después de ese rato, pudo ver a lo lejos un tigre dientes de sable y pensó que si ese tigre no tuviese esos dientes tan grandes, hasta comida fácil podría ser. Luego de volar por su imaginación por unos instantes, se lamentó durante un rato. Se metió más tarde en su casa último modelo y miró a su mujer y pensó que si él tuviese una mujer más bonita y voluptuosa, sería más feliz, que seguro sería una vida mucho más gozosa que la que le tocó y que a todas luces no le era suficiente. Bajó la vista y comenzó a verse las manos y las piernas y pensó que si fuese más alto y más fuerte, podría tener una caza mucho más provechosa. Luego de volar por su imaginación por unos instantes, se lamentó durante un rato. Esa noche, después de apagar el televisor, se durmió con lágrimas en los ojos al concluir que su vida resultó todo un fraude y que la mala suerte era la marca inobjetable de su existencia. Desde ese día el hombre aquel se levantaba frustrado y de mal humor en la mañana y sin ganas de cazar, comer o disfrutar de su familia. Pronto llegó el malestar y la enfermedad que se lo llevó finalmente. Estudios recientes asoman la idea de que el ser humano civilizado de ahora nació de aquel tipo que nunca aceptó las cosas como eran, sino que esperaba con demencia que lo que era no fuera, y que fuera todo según su expectativa necia y absurda.

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