lunes, 6 de octubre de 2014

La Otra Muerte

LA OTRA MUERTE

Los años pasaron en medio de bajadas y subidas, de arrancadas y frenadas… y ni hablar de la contemplación enriquecedora. Entre riesgos no calculados, deudas crónicas, y de estados de ganancias y pérdidas de dinero, de momentos, de seres queridos y por querer.

Era un paquete muy grande para aprender a manejarlo todo a la vez. Ha sido inevitable ocuparse de una parcela de nuestra existencia, de tenerla verde y frondosa, mientras la otra se incendia o se convierte en desierto irrecuperable.

La pérdida física, conscientemente o no, se convierte en la espina definitiva que arrastraremos hasta que quien se vaya sea uno mismo, dejando el ingrato testigo a quien nos quiso y no entendió el momento de cierre, el final lógico, bien conocido y tan estúpidamente ignorado mientras se pudo.

Pero algo pasó. Algún cataclismo divino -si se quiere decir- modificó la forma de despedida. Un mensajero distinto de los que se habían previsto vino a traer la noticia. Se escribió en piedra y así será en adelante: La despedida de este mundo será  distinta.
Se explicó, desde el improvisado podio que se trataba de un milagro de último momento, que, en tiempos enrarecidos por las presuntas deudas sin pagar, vendría a poner algo de orden y tranquilidad a los espíritus de tormento perenne y silencioso que comenzaban cada uno de sus días con déficit de bienestar, con lágrimas malogradas.

Según dijo el mensajero, acomodándose los lentes de anciano, las muertes serían anunciadas con antelación. Se prescindiría de accidentes genéticos, de tránsito; de enfermedades “penosas” o pavosas y, en general, de cualquier episodio que cortase la existencia plena de facultades, con el fin de “dejar todo arreglado”, como se dice por ahí. Se entendía, según se desprendía del anuncio, que habría varios meses de anticipación, a partir de la señal dada, para que el proceso de despedida tuviese lugar de la mejor manera.

Cerrar ciclos. Ese era todo el cuento. Se acabarían todos los lamentos de los deudos, que rezaban “No hubo tiempo para decir lo que sentía”; si había alguna enemistad, habría ocasión para encaminarla al reencuentro. Sería, pues, como un examen de reparación, en el que se podría hacer el esfuerzo que no se hizo en el tiempos pasados, con el fin de, al menos, arrancar de estas tierras con una sonrisa de decencia, de dignidad, de sosiego, dando tiempo a que alguien amado tuviese la oportunidad de tomar nuestra mano cuando los latidos nos abandonen para siempre.

Respecto de la cuestión logística, “para finalizar” -concluía el enviado-, el deceso debía ocurrir en la habitación de residencia del llevado, en una silla, sillón o en la cama (viendo el Ávila, el Lago o el páramo o la llanura serían prerrogativas válidas). Se consideraría todo un logro si el último rictus fuese una sonrisa. Inmediatamente, el cuerpo físico desaparecería y quedaría un brillo en el cuarto, una estela de su olor particular en el sitio en el que amaneció durante tantos años, convirtiéndose el espacio en una morada de recuerdos, reflexión y comunicación ocasional con quien aprovechó el novedoso decreto.


Por último, se convertiría, al pasar de las décadas, los viejos cementerios en jardines de esparcimiento para los niños de la época, quienes tendrían más adelante la tarea de hacer una vida feliz y desenvuelta, de procesos fluidos y satisfactorios, dejando los viejos camposantos sólo como un triste recuerdo de quienes ya se nos habían ido y nos dejaron con la pesada espina, con el resentimiento, “con tantas cosas por decir”…

domingo, 19 de enero de 2014

Amén-ssenger

Después de salir el producto al mercado y lograr la conexión en esta nueva red…
-Hola, ¿estás ahí?
-Mmm…. mmm….mmmm…
-Epa, ¿me puedes contestar? Por favor…
Después de un silencio prolongado, se vió en pantalla: “Pedro está escribiendo…”
-Si
Dos lágrimas salieron y se le dibujó una sonrisa desesperada en la cara.
-De verdad… ¿estás ahí?
-Claro, mamita, soy yo y ya estoy bien.
No cesaban de brotar las lágrimas, pero ahora había un poco de sosiego.
-Y… ¿cómo es eso ahí? ¿hay mucha luz? ¿hay voces? Dime, ¿cómo es?
-Bueno, mamita, desde que llegué, después de… eso, del accidente, desperté y habían muchos interesados en mí. Me trataron muy bien, me contaron cosas que no sabía de mí, me contaron lo preocupados que los dejé allá.
-Si, así fue. Desde aquel día hemos extrañado mucho tu presencia en casa, tanto como te puedas imaginar. Eres muy importante para los que quedamos, y afortunadamente no quedó nada pendiente por decirte. Ahora dime, ¿cómo se “vive” por allá?
-Yo también los extraño muchísimo, pero yo si puedo verlos cuando quiera. Es una especie de fortuna que se me otorga aquí, por lo que nunca estoy muy lejos de ustedes. Por acá todavía no me acostumbro, pero tampoco puedo negar que hay tranquilidad, mucha paz. Hay algunos trámites administrativos en los que hay qué colaborar: ingresos, mantenimiento de cupos y hasta transferencias al “sótano” por falsa identidad o hipocresía crónica.
Si te imaginaras. Llega gente que no debía llegar, mientras que seguimos esperando a algunos que han burlado la voluntad divina muy hábilmente, valiéndose de la asistencia a misa cada domingo, o haciendo sus oraciones postizas cada cierto tiempo. Hay miembros que dejaron muchas cosas pendientes abajo y sólo se dedican a ayudar desde lejos.
-Pero, ¿y la justicia, la tranquilidad?
-Bueno, todo es relativo, incluso aquí. A pesar de que “el jefe” es infinitamente justo, debe delegar muchas tareas a los que llegamos luego, que, a decir verdad, seguimos pensando como humanos sin entender el nuevo privilegio.
El problema parece seguir siendo que aquí no hay una disciplina uniforme. No hay procedimientos exactos ni obligatorios. Aún existe la dificultad que brinda la voluntad propia y hasta la testarudez propia. Todavía aquí se leen constantemente las reglas (y con semejante jefe, se cumplen mucho más que allá abajo), pero siempre hay algo que hace de este, un buen sitio, aunque no libre totalmente de las equivocaciones, de los errores del ser humano.
Seguimos siendo imperfectos. Seguimos siendo la obra imperfecta del mismo autor, siempre susceptibles de perfeccionamiento. No hay mucha diferencia con la vida… tan lamentablemente como antes… tan maravillosamente mejorables como siempre.