miércoles, 29 de enero de 2020

Angelitos en el banquillo

Ignacio se desarrolló bajo un ambiente adecuado de solidaridad, de empatía, de justicia. Nuestro muchacho, que ahora es un hombre, trajo en su espíritu la carga de bondad necesaria para acomodar esto y, sobre sus hombros, la responsabilidad autoinfligida de hacerlo… y de hacerlo bien. Con toda su caja de herramientas intelectuales, su buena salud física y su ética intachable, nuestro futuro héroe llegó al sitio donde quería llegar para compartir su poder y ejercer su magnanimidad en favor de quienes necesitamos que esto llegue a buen puerto después de tanta tormenta. Pero comencé a ver detalles chocantes en su quehacer ocasional que me alarmaron. No podía creer que nuestro Ignacio estuviese tocando teclas que nunca previó tocar, halando hilos que jamás concibió halar. Para quienes estaban más lejos que yo de mi muchacho, todo marchaba a las mil maravillas, “con problemas, como todo”, mientras la campaña en favor de la gestión de Ignacio arrasaba en la opinión de quienes, incluso, una vez lo cuestionaron. Veía en su sonrisa al público un dejo de amargura, y cuando a veces volteaba a verme, confesaba con su mirada los esguinces ocultos. Una vez lo confronté sobre sus pecados del presente, y con una lágrima que desaparecería pronto en su mano cerrada, me aseguró que no había manera de llegar a hacer lo que una vez se propuso sin desviar algunos cauces, sin violentar algunas maneras, y que “así iba a seguir siendo, porque esto no va a fallar por detalles desechables, carajo”. Yo no sé si eso era verdad; no sé si él creía en lo que me dijo, pero fue una gran desilusión saber que quien una vez despegó del suelo con tal impulso, ahora era alguien embarrado de la misma porquería que adornaba a quienes lo precedieron, de quienes lo motivaron, con sus delitos, a subir a tan anhelado escenario siempre propicio para lo justo. Ya no voy a verlo. Ya no lo llamo. Tal vez no estoy en nada, no estoy a la altura de estas lides del poder. Tal vez soy un pobre iluso buscando ángeles en las mismas calles llenas del estiércol de siempre, regidas por tradiciones, leyes y modos empatucados de mierda.