jueves, 12 de septiembre de 2019

Se vino la montaña

Se vino la montaña. Sin avisar con antelación, se vino. Todo lo que había a su paso, se borró. Los habitantes a sus pies desaparecieron bajo el tierrero y el escombro natural. Apenas se nota que hubo algo ahí debajo. Por encima del terraplén solo sobresale la cruz y la campana, por un lado, y la cabeza de la estatua por el otro. Al desaparecer el polvo producido por el gigantesco deslizamiento, quedó un silencio nunca antes oído. La montaña se llevó a quien había alcanzado la paz y a quien estaba preparado para recibir a la muerte. Se llevó al que vivía distraído de la vida y al que vivía con miedo. Se llevó al que tenía bienestares de sobra y al que trabajaba para su alimento de mañana. Se llevó al que pensaba que la vida era solo esto y al que soñaba con algo mejor. El estruendo no dio pie suficiente para escapar, para considerar, para despedirse. Quienes lograron alejarse más igual fueron alcanzados por la última brazada del talud. Todos los corazones que latieron tan desesperadamente antes de detenerse ahora solo existen en el pasado y ahora solo para alimentar a la tierra que los acogió porque sí, porque así debía ser.