En un local nocturno, después de una jornada de trabajo
normal de extenuante del viernes, Pedro y Julián se sentaron en la barra y pidieron
sendas cervezas antes de comenzar la conversa y el drenaje semanal acostumbrado.
Después del brindis y de echar un ojo a ver qué había en los alrededores en la
taguara, Pedro se dio cuenta de que en la esquina de la barra, próximo a ellos,
estaba sentado un viejo alto, de barba gris y ojos tristes, que no apartaba la
mirada del vaso de licor del cual acariciaba el borde con el dedo una y otra
vez. Después de mirarlo en forma intermitente por unos minutos, se dio cuenta:
es Dios.
El viejo, al parecer, estaba en uno de esos momentos en el
que su empresa grandiosa solo le traía complicaciones sucesivas, hasta que, a
imagen y semejanza de su obra y sin recursos, decidió darse una vuelta por el
vecindario para alejarse de su realidad externa.
Pedro no aguantó y le dijo a Julián, bajito, para que el
viejo no escuchara:
—¡Julián!, ¿ya viste quién está ahí?
Julián, con desdén, miró brevemente a la esquina donde
estaba el viejo, y volviendo la mirada de nuevo a su teléfono, asintió con la
cabeza. Pedro, sorprendido del encuentro extraordinario, le insistió a su
amigo:
—¡Coño, Julián: es Dios!
Sin apartar la mirada del aparato, hizo una mueca de
desinterés, bebió de su botella y permaneció en silencio. Pedro insistió:
—¡Míralo, vale! ¡Seguro la está pasando mal, Julián! ¿Qué te
parece si lo ayudamos, le damos algún dinero, le hablamos para reconfortarlo?
…Seguro tiene cosas importantes por hacer y míralo como está.
—Coño, Pedro, deja la ladilla… si quieres, anda tú.
Julián no podía creer ni la presencia del Creador ni de la
indiferencia de su amigo. Parecía un mal sueño.
—¡Es quien creó todo, Julián: el planeta, a nosotros, al
universo entero, coño! ¿Qué te pasa, pana?
—Sí, Pedro, pero eso fue hace mucho, ¿ya qué…?
El viejo se dio cuenta de la conversa murmurada de sus
compañeros de barra; dejó un billete sucio y arrugado al lado del vaso apenas
desocupado y salió del local para desaparecer en el callejón.
—¿Viste? Ya se dio cuenta de que hablábamos de él y se
ladilló, Julián— dijo Pedro.
—¿”Hablamos”? Tú hablas de él. Yo estoy tranquilito
descansando de esta semana tan jodida. Si quieres persíguelo y habla tú con él.
Yo no tengo el más mínimo interés.