-¡Qué vaina!... ¡Eusebiooo!
El humilde mensajero aparece por la
puerta de la oficina del jefe y se para enfrente del escritorio, con
cara de extrañeza.
-Diga, señor.
-Coño, Eusebio, de verdad que la
cagaste esta vez. No puedes seguir trabajando con nosotros después
de lo que hiciste. Lo lamento de verdad, pero tu negligencia me
obliga...
-Pero, cónchale, ¿qué hice?
-Ah, ¿no sabes? Te lo voy a repasar:
le entregaste la carta a quien no era y se armó el peo. ¡Ahora no
sé qué hacer!
-¿Qué sobre? ¡Si yo lo que entregué
fue una caja, creo que con la impresora; esa que desapareció
misteriosamente de la tienda de su mejor amigo!
-Ejem... ¡No importa! La otra vez le
llevaste una propuesta a Amanda Gámez, en lugar de a Armando Gómez,
¡y resulta que estaban compitiendo por la misma licitación!
-¡Eso es falso! Yo llevé el paquete
al sitio indicado en el sobre. Es más, le tuve que decirle a la
señorita Amanda, en otro de los viajes, que todo era un
malentendido, y que más bien usted estaba muy interesado en
conocerla mejor. ¿Por qué cree que luego aceptó salir con usted y
Dios sabe qué pasó después en su apartamento de la playa?
El jefe, con la cabeza hacia el suelo,
mira de reojo a Eusebio.
-Estem... pero aquel día faltaste
medio día al trabajo y no avisaste. Eso si no me lo vas a negar...
-¡Por supuesto que avisé! Yo
notifiqué oportunamente a la secretaria, como usted instrucciones
había indicado. Lo que pasó fue que usted despidió a la
secretaria, dicen por ahí que por pasarle a su amante en plena
reunión con su esposa, a quien siempre le digo lo buena gente que es
usted.
Devolviéndose del ventanal, como
halando algo de su mente se le quedó mirando al mensajero, lo apuntó
con el dedo y titubeando le dijo:
-Pero... pero... ¡ajá! Esta vez sí:
La tarde aquella que te fuiste del trabajo sin decir nada, sin
emergencia familiar ni nada. ¡Es más! Te vieron salir de aquí con
unos tipos bien sospechosos... seguro tus amigotes, claaro.
-...Ahora sí es verdad. ¿Sabe una
cosa? Esos tipos eran de la policía y lo venían a buscar a Ud.
porque alguien de la oficina lo sapeó dizque tenía unas cajas con
dólares en el escritorio y yo los llevé a un sitio lejos diciéndole
que Ud. estaba fuera del edificio en ese momento. Así que más bien
lo salvé.
-¿Ah? Ehm...
Levantándose de su silla y colocándole
la mano en el hombro al mensajero
-En dos platos, Eusebio, quiero decirte
que... que... que me siento muy complacido de tenerte como Gerente
General de la Empresa... ¡Felicidades, amigo mío!